Historia regional y local del Valle del Tuy

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Noche de terror cerca de Cúa

Por: Juan de Dios Sánchez.

     Estaba a medio llenar uno de  los vagones del tren que nos llevaría desde Caracas hasta Cúa, la perla del Tuy a la que íbamos a participar en trabajos de reuniones sobre los hechos y personajes históricos esenciales de los pueblos mirandinos.

      Íbamos acompañados de uno de los nietos y su asombro no tenia linderos porque aquella inmensa maquinaria que empezaría a moverse pronto y las anchas ventanas le daban, sin duda, una hermosa sensación de poder, bienestar y felicidad. Cuando mi nieto se dio cuenta del paisaje advirtió con estupor muy tierno que todo era muy grande. Mientras mis ojos se llenaban de fulgida ternura pensé en Manuel Monasterios que es un artesano del amor que debemos tenerle a estas tierras y a quien me une afectos intensos y siempre avivados. Con su fuerza y sentido empezamos este viaje incluido nieto y el siempre vigente recuerdo de Manuel.

      Al frente iba un amable señor de edad indefinida, periódico en mano y amplia sonrisa, de fácil conversación y dispuesto a comentar todas las cosas que estaban ya impresas y en sus manos.

      Soltó dos breves comentarios sobre béisbol y sobre política y una inevitable pregunta que fue el final de una simple explicación. “Soy maestro, de la vieja escuela”, me dijo y todos los fines de semana vengo a visitar  una de mis hijas quien  vive en Cúa con su esposo, me dijo en su pulcro lenguaje de educador. Y usted, me preguntó: ¿viene a menudo a esta ciudad calurosa pero amable, llena de historia y de tradiciones?

      Le explique a lo que venia y sonrió pero con una infinita picardía en la mirada me dijo: “hoy es dos de noviembre, día de los muertos y este es un día para tener mucho cuidado en Cúa  sobre todo el sector llamado La Providencia y más concretamente en la curva del Jagüey porque esta noche y en ese sitio, una mujer de siniestra  sonrisa ronda para espantar a quien pueda o a quien no se ha cuidado de las advertencias” dijo,  acentuando su picardía y misterio.

      “Esta noche”, continuó hablando como si se refiriera a algo que había vivido en carne propia, “los muchachos y muchachas de La Providencia no salen de sus casas por el pavor que sienten y los consejos que prodigan padres y representantes que les indican que deben cuidarse”

      “Es un espanto horrible. Cuentan de ella que era muy hermosa y se vestía con gran elegancia. Esa belleza la muestra cuando se aparece ante usted y sus formas provocadoras le quitan el aliento, pero cuando habla su voz aunque es repelente se siente  agradable y cuando, después de haber entablado conversación con usted, le pide su nombre y usted se lo da, ella calla y deja ver su horrible cabeza que esta casi rebanada del todo y casi cuelga de lado. Es horrible, señor, horrible y asusta al más pintado”.

Damas Blancas

      Parranderos buenos, de esos que no se cortan ante nada han dejado fiestas en la noche muy tarde y han regresado por los caminos en busca de su casa y se encuentran con la visión que, como le dije, es hermosa al principio y han hablado con ella. Al final han sido encontrados tendidos en el suelo, temblando de miedo y terror  y arrepentidos de no haber  respetado la noche de los muertos como fue el primer reclamo que le hizo la bella desconocida quien  se le acercaba lentamente con insinuosos y suaves movimientos”.

     “Yo, hace ya muchos años, cuando estos poblados parecían estar en otro mundo por lo difícil que era venir a ellos tuve informaciones que me dieron viejos representantes y  abuelos de mis primeros alumnos en Cúa. Me contaban que la mujer hermosa y dulce estaba casada y tenia un hijito pequeño pero que le hacia caso a los requerimientos amorosos de un vecino y sucedió lo peor. Una tarde regresó el marido y encontró a su amada en el lecho con su amante”.

     “Entró en ira y con un machete le cortó la cabeza de su hermosa esposa que cayo sin vida a sus pies. Su alma en pena eterna y sufriendo el terrible castigo  espanta a quien puede buscando encontrar a su hijo perdido para que él le perdone el horrible pecado”.

     Y llegamos a Cúa, la amplia estación del tren invitaba a caminar hasta el Terminal de pasajeros para trasladarnos al centro de la ciudad. Nos despedimos del nuevo amigo y mientras lo veía irse sin prisa sentí curiosidad de saber cuantas cosas  de  nuestras mejores tradiciones guardaba aquella cabeza humilde, generosa y sabia.