Historia regional y local del Valle del Tuy

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EL TERREMOTO DE CÚA

Por: Lucas Manzano

     Si un caraqueño de los tiempos pasados surgiera nuevamente a la vida y contemplara, a la vez que la suntuosidad de los salones de nuestro gran mundo elegante, la exquisitez y el buen tono que van adquiriendo las cosas en las horas presentes, pensaría que aún extiende su influencia bienhechora el viejo tiempo ido. Era, cuando numerosas orquestas desgranaban sus sonoridades en el ambiente avileño, mientras las doñas, decoradas con gemas de incalculable valor, y ataviadas con las telas más ricas que importaban «El Louvre» y «La Unión», de París, daban motivos para que el hidalgo caballero andante exclamara a guisa de cumplido: «Caracas es el París de América».

     Algo había de aquesto, porque desde los petimetres que lucían alborozados en las fiestas de tronío sus pecheras de encajes, cónsonas con el último grito de la moda, hasta el infortunado cuarterón que luchaba por abrirse camino a través de los escollos que le opuso el fanfarrón engreído que se durmió en sus laureles ante el recuerdo leyendario de su abuelo conquistador, todos luchaban por mantener un sello de gentileza en el suelo de la ciudad procera que les vio nacer.

Ruinas de la Iglesia de Cúa, Valles del Tuy después del Terremoto de 1878, Obra  de Cristóbal Rojas del año 1882.

     Asistir a uno de esos saraos con derecho a bailar o como simple espectador,   a quien si le franqueaban las puertas del bar no le dejaban, en cambio, manos libres en el «buffet», era privilegio que los abuelos calificaban de «bajado del cielo»; pues cuando en la Casa Amarilla o en la residencia de Conde a Carmelitas, abrían los salones para dar rienda suelta a la alegría, la gente de alto coturno disponía, para calzarse los guantes,   cuando menos  de un par de lacayos.

     No menos de tres días transcurrían mientras el sol evaporaba de los trajes de riquísimo gris, y de las mantillas de encajes chantilly, el olor penetrante aspirado en las cajas de cedro, en las cuales depositaban las abuelas’ y las jóvenes los perifollos que lucían para imponer en los salones, aspecto nunca soñado, bajo el brillo rutilante de las gemas que por entonces representaban fortunas fabulosas.

    Por algo afirmaban los cronistas que quien vivía en la villa de Don Diego de Lozada, podría estar expuesto a que le destrozasen la epidermis en los cuchicheos de las solteronas; pero en cambio, gozaban tanto como el Rey Sol en los saraos del Trianón.

    Razones tenían los viejos para ponderar las cosas, pues grandes o chicas, las recepciones de los mantuanos, oscuras o turbias las calles de la ciudad y ocultas o a medio pulir las mozuelas del gran mundo, todo era cosa de la patria y como tal las aceptaban y las publicaban  los periódicos.

     Si había lucha de clases, también existía quien de cuando en vez llamaba a capítulo a los godos y los metía por una sola calle. Ese puédelotodo era nada menos que Dios, Comandante en Jefe del Cielo, el mar, el aire y la tierra.

    Obra suya, porque el Diablo no tiene poder para tanto, fué lo que ocurrió en el pueblo de Cúa en 1878. Componían el vecindario alemanes en mayoría, quienes haciendo valer su limpieza de sangre, se habían adueñado de los resortes necesarios para   imponer   su voluntad.

     Obstaculizaban al mismo gobierno, si no les enviaba un comisario albino y no había acto en el cual no dejaran ver los dientes. Ecos de estas cosas llegaban hasta la capital, cuyas autoridades se hacían la vista gorda dejando que cada quien hiciese cuanto le viniese en gana, con tal de que no intentasen arrebatarles el mando.

     Eso venía de atrás, pues cuando el venerable fraile Manuel de Alesón fundó en el año de 1690 el pueblo de Cúa, estuvo a punto de que los caciques le cortaran la cabeza. Decían éstos que el Misionero se interesaba en construir el caserío para atraerse los esclavos que se alzaron en las haciendas de Ocumare el año anterior, luego de darle a sus dueños tantas y tan merecidas palizas como pelos tuvieran en la cabeza. Fuéronse a la montaña, no ya como el negro Miguel cuando se rebeló contra sus dueños, y al formar gobierno hizo reina a su concubina la negra Guiomar a su hermano le colocó una mitra, porque un gobierno sin obispo es como un auto sin freno; y así anduvo hasta que el guapetón de Don Diego de Lozada le dio muerte. Los de Ocumare no eran así.

     Pacíficamente, lanza en ristre, por lo que pudiera acontecer, los ocumareños se adentraron en el monte hasta que el fraile los sacó de allí. Refieren las memorias de Fray de Alesón, que poco después de haber completado la fundación de Cúa, tuvo que ausentarse hacia Paracotos, pueblo que había él fundado el año anterior, para librarse de una tremenda conspiración tramada contra él por los caciques de las tribus Tumuces, Marasmas y Araizas, que tampoco le perdonaban el haberle quitado al pueblo el nombre indígena de Cúa, para bautizarle con el de: «El Rosario».

     Cuando, en viaje a Ocumare iba el levita en su caballo cojo y el paraguas raleado, un fuerte temblor echó por tierra casas y templo; secó el río y sus manantiales afluentes,  y no dejó vivos animales ni gente.

   De los pocos sobrevivientes de aquella catástrofe, sólo quedaron para contar el cuento- don Carlos Blasco, con cuya amistad gozamos y a quien deseamos tantos años de vida como talentos él conserva en su ventripanzuda hucha.

     Al Padre Alesón le recordaban en Cúa; así, cuando los campesinos bajaban de las haciendas a recibir la paga, y luego de cruzarse de brazos ante sus dueños y besarles las manos en señal de respeto, íbanse a los tenduchines de la Plaza, donde el caporal tendía la cobija en la mesa, sacaba un par de dados «taqueados» o con las de perder por las cuatro caras, para que los peones dejasen cuanto habían ganado en la semana, sin que nadie protestase. Antes bien, era motivo de júbilo para los ignaros cuando, caballero en su potro pasitrotero, aparecía el hijo del señorito y en uno de esos gestos democráticos, que no escaseaban entonces, sacaba de la faltriquera las barajas que portaba y ante les alegres concurrentes, tallaba las tres cartas, regocijadamente, hasta quitarles los últimos centavos, sin peligro.

     Era cosa corriente en los pueblos; de tal suerte que el caso se repitió en la misma Cúa, en la histórica Semana Santa que había de celebrarse en abril de 1877, cuando el Padre Manuel María Céspedes, oscuro de color y párroco de aquel cantón, desfilaba por la plaza del pueblo con rumbo a la casona de la piadosa señora María Mariposa   a quien debía entregarle el   (ojo, ojo).

     Al entrar en la plazoleta, bajo el bullicio de ventorrillos de arepa con sardinas, chica, amargo de torco contra el pasmo, mal de amores y las bubas; de las jugadas públicas auspiciadas por elementos extranjeros, escapáronse griticos que hicieron detener al presbítero, quien reclamó, aunque en tono humilde, el respeto a que tenía derecho por el Ministerio que ejercía y cuanto había hecho en beneficio del Templo y la ciudad. Pero el bochinche crecía,   al extremo de haber tenido el levita que refugiarse en la iglesia; y creyendo darle paso a lo ocurrido, invitó a los católicos para que le acompañasen a cubrir los santos, a comienzo como estaban, de la Semana de Pasión. Pero respondiéronle en sus propias barbas, que no estaban dispuestos a tapar santos oscuros, ni a secundar al negro en la tapadera de las imágenes. Esto no fué tan grave, aunque hirió en lo profundo al anciano sacerdote, como lo que ocurrió al día  siguiente,   martes,  y  Santo,  por añadidura.

     Aprestábase el Padre Céspedes a celebrar la misa; el templo estaba totalmente invadido por la multitud entre quienes seguramente había creyentes de buena fe; el resto iba por hacer lo que los chupacirios llaman «morcilla para el diablo»: Delicioso trajín que consistía en prender los camisones de las viejas con alfileres de nodrizas; en regar el suelo de clavitos -con arena para gozar de los efectos por ello ocasionados a los creyentes que solían arrodillarse en el rudo suelo, o tocarse de codo para combinar «algo», después de cumplir con Dios.

     Cuando el Padre alzaba para descubrir el vaso y escanciar el vino, saltó de su interior una cobra, de padre y muy señor nuestro, que por un tris le clava los colmillos en las manos.

     El levita, aunque muerto de pavor ante aquel sacrilegio, no interrumpió los oficios. En ese instante (según le confesó años después a sus amigos), hizo un ruego a Dios para que los culpables le confesasen su crimen. Fué obra divina cuando, concluida la misa y retirados los concurrentes, notó la presencia de una pareja indígena que se avalanzaba hacia él y luego de rogarle que les perdonase, confesáronle que por instigación de los extranjeros habían puesto en el vaso aquella serpiente, con la ayuda del monacillo, hijo de un extranjero corsario.

   Al día siguiente, Miércoles Santo, cuando el padre cura luego de recoger sus cosas salió del pueblo, y en el sitio por entonces conocido con el nombre de «La Cruz Verde», maldijo al pueblo, y sacudió las sandalias en señal de que no deseaba llevar ni el polvo de éste, guió sus pasos hacia Caracas.

   Minutos después, un fuerte terremoto arrasó el templo y las casas todas, cubrió totalmente el cauce de los ríos, y destruyó íntegramente el pueblo de Cúa.

    Tal vez, lector, no crees en milagros ni en aparecidos; y tu razón tendrás, pero aquello sucedió y la tradición lo pinta con estos mismos colores.

Tomado del Libro: CARACAS DE MIL Y PICO de Lucas Manzano, año 1943.

EL PACTO CON EL DIABLO

Por: Manuel Vicente Monasterios G.

     Desde el inicio de los tiempos está presente, en todas las culturas, la lucha entre el bien y el mal. En el imaginario popular la figura del mal adquiere nombre y apellido, la literatura recoge bajo diversas formas la agonía de esa lucha, de los pactos y de las ambiciones. El Dr. Fausto, Mefistófeles, Florentino y el Diablo. Francisco el Hombre, el acordeonero del vallenato que vence en duelo musical al mismo diablo. Desde la Patagonia hasta Norteamérica la tradición y la leyenda se mezclan con las creencias populares.

     Desde el inicio de los tiempos está presente, en todas las culturas, la lucha entre el bien y el mal. En el imaginario popular la figura del mal adquiere nombre y apellido, la literatura recoge bajo diversas formas la agonía de esa lucha, de los pactos y de las ambiciones. El Dr. Fausto, Mefistófeles, Florentino y el Diablo. Francisco el Hombre, el acordeonero del vallenato que vence en duelo musical al mismo diablo. Desde la Patagonia hasta Norteamérica la tradición y la leyenda se mezclan con las creencias populares.

     Don Agustín Martínez tenía 15 días de agonía, luchaba con la muerte, pero fuerzas extrañas impedían a ésta cumplir su cometido, habían momentos en que el moribundo se paraba de la cama y daba órdenes, como era su costumbre, no parecía afectado por ningún mal, por el contrario se veía enérgico, haciendo planes para mejorar los potreros de

     Una de sus haciendas, hablaba con José Manuel García, su jefe de caporales, para que aprovechara el verano y trajera de Calabozo cien reses que le tenía en depósito Don Sebastián Llamozas. Una hora después estaba en cama, sin reconocer a sus familiares, ardiendo en fiebre, gritando que le trajeran al cura y que sacaran de la habitación a ese arriero de sombrero y cobija negra que no lo dejaba tranquilo. Don Agustín en su agonía mantenía una conversación con un personaje que por su vestimenta parecía llanero de los de antes, pues lucía alpargatas, garrasí, mandador y capotera.

     A las 6 de la tarde hace su entrada a la casa de los Martínez el padre Jesús María, con viático y campanillas, anunciando la presencia de la Sagrada Eucaristía, lo conducen a la segunda planta donde estaba el enfermo, apenas llega el sacerdote, los gritos se oyen hasta en la plaza cercana, con un lenguaje indescifrable, solo se podía entender el nombre de su hijo mayor Adán, quien estaba en la capital.

___Tráigame a Adán

___Saquen al arriero.

Esas dos frases en medio de una andanada de insolencias y una lengua desconocida.

     Apenas el padre Jesús María oyó al enfermo dijo: ___Está hablando en latín, por la pronunciación es un latín clásico, el cual no se habla desde hace más de 2000 años.

__Le pregunta a Misia Rosa esposa de Don Agustín, si éste había estudiado en algún seminario de Roma, ya que esa ciudad era el único lugar del mundo donde se estudiaba esa lengua madre, con su primitiva pronunciación.

Misia Rosa responde: ____Que yo sepa no, padre, él nunca ha salido más allá del Apure y al pueblo de Macuto, donde íbamos a temperar, grado de estudio no tiene, porque en su pueblo no había escuela, aunque inteligente si es.

     El cura saca un libro antiguo con cubierta de cuero y empieza su lectura también en latín, el cuerpo de Don Agustín se retuerce en la cama como una soga, los ojos vidriosos, maldiciendo lo más sagrado de la religión Católica, trata de levantarse con violencia para arrancarle el libro al cura, pero éste en medio de oraciones, ordenes e invocaciones lo baña con agua bendita.

     Cae el enfermo en un sopor, su rostro cambia la expresión de ira y dolor por tranquilidad y placidez. El cura continua la lectura en voz alta, utilizando el agua bendita, los oleos y solicita a Misia Rosa que urgentemente alguien llegue a la casa parroquial y le pida a su hermana que le envíe el Cristo del estuche.

     No habían pasado 5 minutos cuando ya estaba en manos del padre Jesús el Cristo solicitado. Era una escultura de plata elaborada en Sevilla durante el período colonial, una verdadera obra de arte de estilo barroco, había pertenecido a Don Bernardo Rodríguez del Toro, primer Marqués, quien la había donado al Oratorio del Valle de Marín.

Mientras el cura reza, José Manuel, el caporal que acompaña a Don Agustín desde muy niño, le dice a Misia Rosa:

___Yo sabía Misia Rosa que este momento tendría que llegar.

___ Nadie juega con candela sin quemarse.

Misia Rosa le pregunta: ___ ¿por qué dices eso José Manuel?___ ¿Tú sabes algo que yo no sé?

___Son cosas que uno de pequeño vio y vivió, pero que la prudencia y el respeto que yo toda mi vida he tenido por Don Agustín, me han obligado a mantener en la más absoluta reserva, pero viendo el sufrimiento del viejo y de ustedes, tengo que referirlo, solo a usted, para que tome las previsiones que juzgue conveniente, recuerde que lo hago en medio de este compromiso, por la debida fidelidad que tengo al único padre que he conocido.

____Hace muchos años cuando Don Agustín trabajaba como arriero mayor de los Llamozas de Calabozo y yo era apenas un niño que acompañaba las puntas de ganado, haciendo de cabrestero, en un sitio de posada conocido como el Loro, cercano al pueblo de San Casimiro, ocurrió un hecho que cambió la vida de Don Agustín.

__ Se reunían los arrieros para “Echar sus cachos”, contaban sus cuentos, las cosas que pasaban por aquellos caminos de Dios, se jugaban grandes sumas de dinero, en gallos, batea, dados y barajas producto de las ventas de ganado. Se montaban uno que otro joropo y también ocurrían lances como el que le pasó a un arriero llanero llamado “Quirpa” en el caserío de Guiripa, donde lo malograron. Porque, dicho sea de paso, la gente de esos montes no quieren a los llaneros, según dicen que los “marrajos” del llano les robamos a sus mujeres.

___Don Agustín, de joven era un hombre muy parrandero, jugador arriesgado, cantador y contrapunteador de los más reconocidos, un día al regresar, cumplida la venta del ganado, traía buena plata y nos “arrochelamos” en El Loro a parrandear, a jugar dado y baraja, teníamos más de 6 días, en ese caserío y Don Agustín había perdido su dinero en el juego y se arriesgó con las ganancias de los Llamozas, creyó que podía recuperarse pero también las perdió. Desesperado, porque quedaría ante sus patronos como un vulgar ladrón, indigno de

     Confianza, se fue a la orilla del río, dispuesto a poner fin a su existencia.__ Son momentos de la vida donde perdemos el camino y solo vemos la muerte como la gran solución.

     Justo en el instante de cometer la locura apareció de la nada un arriero, ataviado con garrasí negro con una cobija negra y alpargatas. Ya Don Agustín le conocía, fue el mismo del contrapunteo de la noche anterior, según los viejos arrieros lo habían visto cantar por los lados de Barinas, hace muchos años, con el catire Florentino Coronado, otros decían que cuidaba un hato por el Cunaviche, en tierras del Dr. Payara. Los más jóvenes afirmaban que era el caporal del hato La Rubiera.

El llanero llegó en el momento en que Don Agustín, desmoralizado, preparaba su 38(S. &W.)

Con voz fuerte le dice el llanero a Don Agustín:

____ No cometas esa pendejada, muchacho, yo te puedo ayudar para que pases este trago amargo.

__ Agustín le preguntó: ___ ¿Cómo?_ Si usted apenas es un arriero cantador de corridos.

___Tenemos que hacer un negocito, muy fácil para ti._ Tú tienes perdido todo en este momento, solo te queda el revólver y la bala, yo te propongo que me vendas tu alma y la de tu hijo mayor, así tendrás el dinero que necesitas para salvar tu honra, pero además tendrás lo tú quieras mientras vivas.

__ ¿Cuál hijo? __Pregunta Don Agustín.

__El que tendrás algún día, __ este negocio se concreta ahora y se resuelve cuando llegue la hora de tu muerte, antes no.

__De todas formas ibas a morir en este instante, te doy la oportunidad de cambiar esa bala por morocotas, sería el mejor negocio de tu vida, tu como llanero tienes que conocer la historia de La Rubiera el hato más productivo del llano, no hay en Guárico, ni en Apure una fundación más rica, ese fue también un negocito que yo hice con el patrón de las orillas del Guariquito. Todavía hoy después de cinco generaciones produce grandes ganancias.

___Como prueba de mi confianza en ti, te digo:

__Camina hasta el pie de aquel bucare, con tu cuchillo abre un hueco hacia las raíces del norte y saca una caja de morocotas y esterlinas para que pagues tus deudas y quedes bien con los Llamozas; de esas morocotas muchas te quedarán sin compromiso, para qué empieces a negociar ganado por tu cuenta.

__ .Nosotros nos encontramos más adelante y finiquitamos nuestro negocio._ Se te abrirán definitivamente las puertas de la fortuna.

__ El carretón de las riquezas pasa solo una vez frente a ti, si lo dejas ir te esperará una vida de pobrezas y humillaciones, Te gusta el juego, yo te garantizo que jamás volverás a perder.__ Tú tienes la palabra.

     Don Agustín, tentado por la propuesta del arriero se dirige hasta el pie del enorme bucare, uno de tantos que daban sombra al cafetal de los hermanos Riobueno y procede a cavar tal como le había indicado el llanero, de pronto apareció una caja de madera labrada con arabescos, de unos 40 por 25 centímetros por unos 30 de profundidad, de color caoba. La saca de la tierra, pero nota que a pesar de las lluvias y el pantano la caja está limpia, como si jamás hubiese estado enterrada, la abre y en su interior hay cantidad de morocotas americanas y libras esterlinas inglesas de puro oro, además hay un pergamino antiguo

     Escrito en latín, con una inscripción: “Grimorium Honorii Magni”, en ese viejo documento estaban las formas y las cláusulas para consolidar la venta o el pacto, con el caporal de La Rubiera. Después de dar ese paso no hay regreso.

     Con la conmoción y el desconcierto del momento Don Agustín ni siquiera cuenta el oro, sino que lo introduce con caja y todo en una capotera. Ve con curiosidad el pergamino pero no entiende el idioma en que está escrito y también lo guarda.

     Regresa a la posada para preparar la partida a Calabozo. Sin decir nada a sus compañeros de los hechos ocurridos.

__Es así Misia Rosa como se inicia el trato de Don Agustín con “El Poderoso de las Tinieblas”.

     Allí empezó su racha de riquezas, buena suerte y abundancia. Jamás perdió en un negocio o en el juego, se libró de la muerte varias veces en eventos peligrosos, si algún cuatrero le robaba un animal ese ladrón moría en forma horrible. El señor de las tinieblas era su principal apoyo.

___Pero José Manuel, __ ¿Quiere decir que el arriero que menciona Agustín en su gravedad es alguien que viene por él?

__Misia Rosa, __ No solo por él, sino también por su hijo mayor el joven Adán.

__Ave María Purísima, ¿Cómo puede ser?

__ ¿Cómo pudo hacer esto Agustín?__ Es mejor la pobreza material que la condenación eterna. ¿Qué culpa tiene Adán de la ambición de su padre, no es justo.

__José Manuel__ Siento que me desmayo, no tengo fuerzas ni para levantar las manos, ayúdame.

     Misia Rosa se apoya del brazo del caporal, no puede respirar, se acomoda en un sillón. La infausta información del trato la colocan al borde de un colapso. Está mareada y sin aliento.

     Mientras tanto el padre Jesús María había terminado los rezos, sudaba copiosamente, con el crucifijo en la mano derecha, temblando le dice a Misia Rosa que necesita hablar con ella a solas, pero al verla en ese estado de postración le indica que descanse un poco que el viene en una hora, pues lo que tiene que informar es urgente y no espera.

     Don Agustín descansa con cierta tranquilidad, el cura regresa a la hora indicada, ya Misia Rosa está más serena, se encierran en una habitación. . _Misia Rosa, la situación es muy grave, aquí están presente las fuerzas del mal. Hoy se apoderan de Don Agustín y no puede morir en paz. Están reclamando una deuda o un pacto. __ ¿Qué sabe usted de esto?

___Misia Rosa llorando le cuenta al padre Jesús que se acaba de enterar por boca del caporal, lo ocurrido años atrás en un cafetal del caserío El Loro.

El cura le manifiesta que la situación es más grave de lo que creía.

___ Debo traer de Caracas al padre Luis, es el único que puede ayudar, maneja el exorcismo en grado máximo, si él no puede, se perderán dos almas.

     Dos días después llegó al pueblo el padre Luis, era un sacerdote de unos 60 años, con una profunda vida espiritual, tenía una gran preparación en el combate con el mal y además tenía poder para conjurar al maligno. Sabiduría adquirida en un viejo monasterio de Hungría. Hacía menos de dos meses en un combate de tres días con sus noches había expulsado al Demonio de una quinta del Paraíso, en Caracas, donde tenía dos meses y los propietarios habían abandonado su casa desesperados por los gritos que oían y un olor nauseabundo que no se quitaba ni anegando la casa con agua colonia.

     Apenas llegó al pueblo el padre Luis, sin quitarse el polvo, subió al segundo piso de la casona de los Martínez e inició el ritual indicado para el caso. El agua bendita, las palmas, las cenizas, los oleos. Tres ayudantes acompañaban al padre Luis, todos preparados y con experiencia para el enfrentamiento con los poderes del mal.

Al comenzar los rezos, Don Agustín empieza a gritar a todo pulmón y entre babazas verdes le dice al cura:

____Tu maldito cabrón, hijo de mala madre otra vez estás tratando de impedir que se cumpla el contrato, no podrás, no hay fuerza que impida la culminación de este negocio. Este necio ya disfrutó de todo lo que ambicionó en su cochina vida, ahora no hay salvación, así lo estipula el Códice MCMLVIII.

__ Tu mal cura, degenerado lo sabes, soy quien manda.

___ Así que puedes agarrar tus rezos, enrollarlos y metértelos donde te quepan.

___Yo soy el poder. El mundo hace lo que yo ordeno, no hay quien se resista a una bolsa repleta de morocotas. Quien va a cambiar oro por rezos. Por el dinero y el poder los hombres venden a sus madres, a sus hijos, a lo que más querido, nada es sagrado ante el oro. Cada día tengo más seguidores, domino hombres y gobiernos: ___ Así fue y así será.

     A pesar de las blasfemias el padre y sus ayudantes continúan con el ritual. A las 6 de la tarde empezó un olor a podrido, era imposible soportar el hedor, se extendió por todas las casas de la cuadra, pasó por la plaza mayor, llegó hasta el cementerio, todos los habitantes abandonaron sus casas y se refugiaron en la Iglesia, fue el único lugar del pueblo a donde no llegó el olor a infierno.

     A las 7 p.m. llegó de Caracas el hijo mayor de Don Agustín, subió a la habitación y se encerró con los curas y su madre, una hora después salió del cuarto con gran palidez en el rostro, su cara reflejaba una profunda angustia, entró a la habitación donde estaba su padre, estuvo solo con él unos 15 minutos, hablaron con tranquilidad, luego bajó, salió a la calle, en el más absoluto silencio se dirigió a la iglesia, asistió a una misa que tres curas celebraban para alejar el mal, todos los feligreses veían a Adán, pero no se atrevían a romper el silencio. Todos sabían lo que estaba por pasar, pero nadie hacía lo que había que hacer para impedir que el destino se cumpliera. Adán regresó a su casa, vencido por el cansancio, se acostó en una hamaca. A las 11 p.m. murió, sin una palabra, sin una queja, un infarto fulminante acabó con la vida de aquel joven. Una hora treinta minutos después de la muerte del hijo mayor, en medio de gritos y maldiciones murió Don Agustín.

     Un ventarrón arrancó de raíz el viejo samán de la plaza, fue el anuncio de aquellas muertes que todos esperaban por más de 50 años.

27 de mayo del 2006 Día de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.

LA SANTA PROTECTORA DE CHARALLAVE

Por: Fermín Luque Olivo.

SANTA ROSA DE LIMA.

   Eran los tiempos de la Guerra Federal. Por el antiguo camino de Coruma y Perro Seco, entre Santa Teresa del Tuy y Charallave, avanza en tropel un grupo guerrillero encabezado por un general de montoneras. En esos días turbulentos, las guerrillas infestaban los caminos del territorio nacional. Por todas partes cundía el torbellino de las rebeliones. Los grupos de bandoleros que asaltan impunemente los pueblos.

     Las improvisadas soldadescas cabalgaban como fugitivos.

  En Barlovento y Valles del Tuy se sublevaban las antiguas esclavitudes. Nuevamente se cierne sobre la patria un ambiente de guerra civil. En Río Chico una insurrección de negros incendió el poblado. Tacarigua, Curiepe, Guatire y Caucagua se transforman en escenarios de asaltos y contiendas.

    Los federales alborotan en Santa Lucía con una serie de revueltas y escándalos. Los esclavos se alzan en Ocumare del Tuy y Cúa, mientras que en Tácata denuncian la presencia de una banda de malhechores que aterroriza a sus humildes moradores.

     Las noticias de los desmanes vuelan de posta en posta.

  Pero la peor parte de esas contiendas las ha sufrido Charallave con los constantes saqueos y reclutas de sus hombres que han dejado a la villa abandonada y desprotegida.

    Sin embargo, su gente lucha y se defiende. Así ha sido siempre desde que se fundó el poblado en 1681; sus habitantes se han caracterizado por el amor al trabajo y permanente devoción a su patrona Santa Rosa de Lima, cuya imagen, una pequeña talla labrada en madera que tan sólo tenía una cuarta de tamaño (veinticinco centímetros), se veneraba en el Altar Mayor de aquella iglesia que levantó el Padre José Antonio Rolo, en la Plaza Vieja, construida de bahareque doble, techo de teja sobre obra limpia con siete tirantes de madera labrada, piso de ladrillos y abiertos corredores en los costados.

     Ese era el templo, donde la gente de este pueblo laborioso, humilde, caritativo y sencillo, rendía culto a su hermosa patrona Santa Rosa de Lima.

     Por el antiguo camino de Coruma y Perro Seco, avanza la diablada del pelotón de rostros siniestros que apenas se divisan en el claroscuro crepuscular tuyero. Lanzas en ristre y machetes al cinto.

    Las carabinas en las monturas y en las ancas de las bestias la estela de los ayes de sus víctimas.

   Jinetes sucios y harapientos con sus manchas de sangre en los aceros. Atrás van dejando las huellas de sus atrocidades, rastros de dolor y muerte, mientras remontan las estribaciones de Caiza y Los Anaucos. Galopan con ansias de caudillos.

    Y al anochecer deciden pernoctar en Gamelotal alrededor de una fogata. Esa noche durante la cena planifican, una vez más, saquear la población de Charallave al despuntar el día.

   Terminada la cena guindaron los «chinchorros» para descansar pensando en el botín de la mañana.

   Pero cuando la mayoría del pelotón dormía, una mano sacudió fuertemente las cabuyeras de la hamaca donde dormía el jefe de los guerrilleros, quien al tratar de levantarse sintió que no tenía fuerzas para hacerlo y vio ante sí erguida una hermosa joven con la cabeza orlada de rosas y el cuerpo cubierto con un manto estampado de flores que le dijo con voz firma y decidida: «No se te ocurra entrar a mi pueblo, con tus planes siniestros. Mejor sigue tu camino o te arrepentirás…» y luego la hermosa mujer desapareció entre el brillo de la noche.

   El jefe guerrillero se había quedado mudo, estupefacto, ante aquella fantástica aparición en la que reconoció a Santa Rosa de Lima, patrona de Charallave, y antes del amanecer, después que se repuso del susto, llamó a sus hombres y emprendió el rumbo sin destino cierto por los caminos de los Valles de Aragua.

EL RELOJ DE LAS CUATRO CARAS

Por: Juan José Flores †

Ocumare carecía de un reloj y fue propicia la ocasión de la reconstrucción y remodelación del templo, para que el gobierno regional, le colocara tan importante artefacto, mediante el siguiente Decreto:

ANTONIO B. MEDINA

PRESIDENTE CONSTITUCIONAL DEL ESTADO MIRANDA

CONSIDERANDO:

Que hace notoria falta en esta ciudad un reloj público para el servicio de los intereses de la comunidad.

DECRETO:

Art. 1° Pídase a los Estados Unidos de América, por conducto de la Casa de los señores P.R. Rincones & Ca. de Nueva York, un reloj de cuatro caras para ser colocado en la torre de la Iglesia de esta ciudad.

Art. 2° Se comisiona al Doctor Avelino Fuentes, Ingeniero a las órdenes del Gobierno del Estado, para levantar los planos que deben remitirse a la expresada casa, a los efectos consiguientes y para practicar todos los trabajos inherentes a la perfecta colocación de dicho reloj.

Art. 3° Procédase igualmente a la construcción del último cuerpo de la torre donde será colocado el reloj, como también la cúpula de dicha torre de acuerdo con el plano presentado al Ejecutivo por el mismo Ingeniero Doctor Avelino Fuentes, y bajo su inmediata dirección.

Art. 4° Los Gastos que con tal motivo se ocasionen serán cubiertos por la Tesorería General del Estado, del capítulo de Fomento y Obras Públicas.

Art. 5° El Secretario General velará por la ejecución de este Decreto.

Dado en la Casa de Gobierno del Estado Miranda, sellado con el sello del Ejecutivo y refrendado por el Secretario General, en Ocumare del Tuy a los 24 días del mes de julio de 1917.- Año 108° de la Independencia y 59° de la Federación.

ANTONIO B. MEDINA

Refrendado.

Gabriel Picón Febres, hijo

El precio del citado reloj, fué de Bs. 4.402,75 y fue inaugurado el 30 de noviembre de 1917.

Es así como Ocumare obtuvo su reloj, el cual hasta hoy perdura. 

CREDO PEDAGÓGICO

Por: MSc. María Corrales

Creo en el padre, dador de vida y oportunidades,

Creo en la familia, seno del amor y la comprensión,

Creo en el niño y la niña, en el joven y  el  adolescente, en su espíritu rebelde e indomable. Porque pone a prueba mi humildad y el amor a mi profesión,

Creo en la educación como un camino para el desarrollo de las potencialidades del ser humano.

Creo en el estudio como aquel, que permite dar respuestas a las curiosidades que se encuentran en mi entorno.

Creo en la amistad como vínculos de afecto y respeto que se debe cultivar en al aula de clases como una planta muy delicada que requiere de toda nuestra atención y amor.

Creo en el corazón lleno de vida y entusiasmo de mis estudiantes, porque me anima a seguir intentando todos los días

Creo en mis ancestros y los honro cada día, porque gracias a ellos hoy soy lo que soy con mis virtudes y defectos

Creo en mí, en mis sueños y cada día lucho para que sean cumplidos

Creo en ti, porque hoy compartes tu credo conmigo

Creo en un mundo maravilloso es posible para el disfrute de nuestros hijos

Creo en la inocencia reflejada en la sonrisa de mi hija, porque me dice que mañana es un nuevo día lleno de oportunidades para alcanzar nuestros sueños

Creo en ti, creo en mí, creo en todos y te invito a creer conmigo, te invito a soñar y a luchar juntos por un nuevo amanecer, lleno de risas, lleno de llantos, lleno de fe y esperanzas por nuestra amada patria Venezuela.

LA ESQUINA DE LOS 3 CHORROS

Por: Fermín Luque Olivo.

      Eran tres chorros de agua. Manantiales de reencuentros, al costado del Camino Real, Cántaros llenos con cantos del riachuelo y el corazón anclado.

      Esta era una estampa de mi pueblo, similar a otras historias pueblerinas. Las casas encaladas con sus topias de piedra y muros de ladrillos. La lumbre de fogones en las mañanas tibias. El asiento y la siembra. Las espigas, el aula y las huellas en esas calles largas con polen de otros días. La torre de la Iglesia y una Plaza. Repiques de campanas. Tertulias. Oración y quimeras.

      Este era un lugar de encuentros, conjurando ausencias. Alero de tres fuentes de vida primigenia en una Cruz bendita.

     Por aquí pasaron solemnes procesiones cantando misereres, vetustos combatientes detrás de los caudillos, arrieros de las lluvias y de los remolinos veraneros, senderos de aguadores cargados con el rumor del río, cual los chorros antiguos que calmaron la sed y lavaron sus almas, sus cuerpos hasta los pies de la gente sencilla.

     Y un día, nos llega el visitante y siembra el corazón y la tierra palpita de querencias inadvertidamente -, de puro amor, como una flor que brota y se reparte en los racimos de la brisa viajera.

    Hoy ocupa el lugar un portón que se abre con el rumor fraterno del agua cristalina, con su olor a rincón de los reencuentros, la barra y el mesón de la Tasca «La Locha», donde el pan se comparte y el vino que se brinda es un viejo ritual de poesía y afectos.

     Aquí en esta morada, el afán y el quehacer de Mauro Rondón y Francisco Urea, reviven la lección de que el amor es más fuerte que las rocas y el tiempo. Y obligan a decir como los iniciados: Bendita sea esta tierra de fraternales brazos donde mis pies reposan junto a seres queridos y amigos preferidos.

     Bendita sea esta esquina encinta de tres fuentes de agua, arterias de arcoíris, palpitantes de savias, raíces infinitas y retoñar constante de este humano calor que en la bondad de Dios persiste, porque existe el pecado de amor, eternamente humano.

¡Salud!

A treinta de agosto del año 2001. Día de Santa Rosa de Lima, y a casi un Siglo de la inauguración de Los Tres Chorros, Charallave.

MAURICIO

Por: Isaac Morales Fernández

(Basado en un cuento popular tuyero)

     El niño abraza a su madre, pero es un abrazo extraño. La temperatura del niño es extraña, es un poco fría. La madre llora con confusión, pasa la mano por su rostro con énfasis, le pregunta dónde ha estado. Lo ve pálido. Su mirada tiene algo.

     Cada vez que su madre lo enviaba a buscar agua en el río, el sentía unas ganas tremendas de entrar en la cueva. La entrada tiene la  forma de una hermosa mujer con un largo vestido negro. Atrás quedó el pueblo y su algarabía inentendible. Mauricio siempre se ha sentido incómodo entre el gentío, por ello adentrarse en el monte ha sido desde muy pequeño su mayor divertimento, y siempre tuvo deseos de entrar en la cueva. Sube el peñasco con dificultad pero con firmeza. Finalmente está en la entrada. Escucha los ruidos que hacen los murciélagos mientras duermen.

     La madre introduce al niño rápidamente en la casa. Mauricio le dice que estaba estudiando. La madre lo acusa de mentiroso mientras atraviesan la puerta. Una vez en el cuarto del jovencito, su madre empieza a quitarle las ropas sucias de pantano y polvo. En los pantalones tiene múltiples cadillos que le quedaron adheridos a la ropa desde hace tres días ya. ¿Por qué cada vez que te mando a buscar  agua te metes para el monte? ¿Cuántas veces tengo que decirte que no lo hagas?

    El hombre está demasiado mal vestido y harapiento como para no llamar la atención de los policías, quienes en seguida le ordenan colocar las manos contra la pared y lo revisan. El hombre accede dócil y sin decir palabra. No carga ningún tipo de documento que lo identifique, y eso, sumado a que lleva un puñal tallado en madera y amarrado con bejuco a una vaina que lleva metida en el desteñido pantalón, hace que lo metan a la camioneta de inmediato. Sabe que ha caído en una redada por primera vez en su vida, justo como lo había planeado.

     La cueva es oscura, pero la luz matutina le da de frente a la entrada, así que se ilumina un poco el interior hasta varios metros. El piso es resbaladizo y bastante atropellado, a veces parece hundirse. Los murciélagos se inquietan ante la pequeña presencia. Algún animal rastrero o dos pasan rápidamente huyendo de los pequeños pies. O tal vez acercándose. Un murmullo circunda. Todo hace eco en la caverna. Todo parece una voz, una columna de aire, una corriente subterránea de agua, un cuchicheo de roedores, unos pasos tal vez los de él mismo. Todo reverbera.

     La madre baña al niño y le sigue preguntando dónde estaba. Por la explicación, su madre entiende: la cueva de El Peñón. Allá no se debe ir. ¿Por qué? No se debe ir. Punto. No vuelvas a ir para allá. Es peligroso. Hay muchos cuentos. Es más, tienes terminantemente prohibido irte a jugar para el monte otra vez. Buscaré yo misma el agua, ni modo. La madre le habla pausadamente; no lo regaña, le suplica. Sin embargo, Mauricio también suplica que no le hablen tan duro.

     El hedor de la cueva es por el guano, el estiércol de esos ratones alados. Mauricio lo entiende sobre todo al tropezar y caer, caída amortiguada por las manos al final de los brazos rectos y resistentes. Siempre ha sido un niño fuerte. Y siempre la curiosidad, la curiosidad. Mauricio se incorpora, y sigue avanzando mientras restriega sus manos del pantalón. A medida que entra, hay menos luz. Parte del murmullo es una corriente de agua subterránea en medio de un túnel de mármol gris veteado.

    Es encerrado junto a otros dos hombres sospechosos que fueron capturados juntos a una cuadra de donde lo agarraron a él, por el sector El Chaparral. Los dos tipos, comunicándose sólo con gestos (el hombre está de espaldas a ellos viendo por la ventanilla hacia las montañas) planifican acciones en su contra que comenzarán con un simple interrogatorio intimidante para ganarse el respeto de ese desconocido con cara de loco. No son los únicos que planifican interrogarlo por motivos parecidos: el director de la policía distrital y dos oficiales serán quienes intentarán interrogarlo.

     La madre sirve el desayuno a su hijo luego de su primera noche con él de vuelta. Mauricio, más que extrañar la arepa con mantequilla y queso rallado con el vaso de jugo de naranja, extraña el murmullo de los murciélagos que conversan con el agua subterránea, los pasos. Y quiere conocer la voz de mujer. A la madre le angustia darse cuenta de que su hijo no es el mismo, su conducta alegre y revoltosa se ha tornado meditativa y contemplativa. La madre decide llevarlo a un doctor. Termina de comer y vístete que vamos al doctor. ¿Para qué, mamá? Ya tengo doce años, no necesito vacunas. Además, no me da tiempo. Su madre lo ve extrañada. ¿Cómo que no te da tiempo? ¿Por qué? ¿Qué tienes que hacer?

     Los dos oficiales acuden corriendo al llamado de los reos. Quieren entregarse definitivamente y delatar todos sus crímenes. Anoche asaltaron a una señora cerca por el vivero que está bajando hacia el terminal de pasajeros y, como ella opuso resistencia, la mataron y arrojaron al río que pasa por debajo del puente a pocos metros en la misma calle. Sólo piden que los saquen de allí. Los policías advierten que el hombre desaliñado sigue viendo por la ventana desde que lo metieron allí hace ya seis horas. Los tipos sacan las manos por las rendijas para que los esposen de una vez, en señal de confianza. Los policías, sorprendidos y extrañados, esposan a los reos, abren la celda y los sacan directo al despacho del director de la policía distrital para escuchar su declaración y procesarlos.

     Ya no se ve nada en la profundidad de la cueva. El piso es a veces movedizo y a veces quebradizo. Mauricio busca el origen del sonido, a la vez que intenta diferenciar un sonido de otro. Tropieza nuevamente con algo y cae, pero esta vez se ha herido el pie derecho. Siente un gran dolor pero, sabiendo que nadie lo oirá, no llora, sino que queda en silencio y respira profundo para calmarse. Está sentado sobre el guano que ya no es tan espeso como al principio de la cueva. Hay un sonido que empieza a destacarse por sobre los demás. Es rítmico y monótono, como un roce lento de tablas húmedas. Parece acercarse desde el fondo de la cueva. Los ojos de Mauricio ya están acostumbrados a la oscuridad, pero aún así no puede divisar nada hacia el sitio por donde oye el ruido. Se queda muy quieto y en silencio con el oído atento durante varios minutos. Todo hace eco en la cueva. ¿Es una serpiente?

     Tengo que volver, mamá. Para cuidar el monte… las matas y los animales… La madre lo observa atónita y furiosa. ¿Volver al monte? ¿Tú estás loco, chico? Claro que no. Te acabo de decir que tienes terminantemente prohibido irte a jugar al monte y ¿es lo primero que me dices que vas a hacer? Te dije que vamos al doctor y punto. Tienes rasguños por todo el cuerpo, un tremendo morado en un tobillo, y tienes tres días sin comer. Tú no sabes si agarraste una infección metido en ese monte, y más en esa cueva. ¿Quién sabe cuántos animales hay ahí dentro? Hazme el favor y te vistes. Yo me voy a bañar y cuando salga quiero verte vestido. Yo ya te puse la ropa que te vas a poner sobre la cama. La madre, efectivamente fue bañarse sin dejar de pensar en lo que le acababa de decir Mauricio y en su comportamiento extraño. Se bañaba rápidamente cuando oyó la voz de su hijo desde fuera. ¿Y mi papá no ha venido? Pasándose el jabón, la madre responde: tú sabes cómo es ese trabajo de tu papá. Él ni siquiera sabe todavía que estuviste perdido tres días. Pero a él le gusta es manejar su pedazo de gandola y andar pasando trabajo en un chinchorro lleno de grasa todas las noches, a expensas de que lo asalten y lo medio maten. El otro día andaba asustado porque dizque le pareció ver a la sayona o un espanto de mujer parecido por la carretera de Oriente.

     Mauricio recuerda que en el pueblo cuentan sobre una leyenda de un niño que murió hace mucho tiempo en los montes de Charallave. Era hijo de un rico hacendado del siglo XIX y había aprendido desde muy pequeño a ser amante del dinero. Sabía que su padre escondía enormes cantidades de dinero en diferentes partes de su gran hacienda, y que uno de esos lugares era en el interior de la famosa cueva de Plácida. El niño de trece años había querido apropiarse de uno de los baúles de su padre, y se metió en la cueva para no volver nunca más. Mucho tiempo después hallaron un cadáver de un niño en medio del monte en la orilla del río Caiza y supusieron de inmediato que se trataba del hijo del hacendado, que ya era un anciano de noventa y dos años y la noticia lo había matado de un infarto. Mauricio se siente entonces identificado con esa leyenda y repentinamente le aqueja una gran tristeza. No puede evitar llorar al saberse imposibilitado de caminar en el interior de una cueva en la que no puede ver nada. Pero no sólo es eso lo que le hace llorar. El ruido monótono está cada vez más cerca y ya puede incluso sentir su vibración original a pocos metros. ¿Son pasos?

     La madre salió al pequeño tiempo del baño y se asomó en el cuarto de Mauricio. La ropa no estaba, efectivamente se la había puesto. Pero los zapatos sí estaban. ¡¿Mauricio, qué zapatos te pusiste?! ¡Mauricio, te hice una pregunta! No estaba en el cuarto de ella, no estaba en la sala, no estaba en la cocina. ¡Mauricio! ¡Mauricio! En el patio trasero tampoco estaba, ni en el lavandero. Al salir a la puerta delantera encontró en la viga horizontal de la reja una moneda de plata muy vieja. La madre agarró la moneda extrañada y la vio de cerca. Tenía de fecha 1853. Abrió la reja y salió al patio delantero. Mauricio se había ido. Preguntó a algunos vecinos, pero fue en vano, nadie lo vio. La madre decidió organizar una búsqueda con algunos vecinos y con la policía. Un total de treinta y dos personas se adentraron en la espesa selva tuyera durante varios días, algunos entraron sólo pocos metros en la cueva con linternas, llamando a Mauricio, y todo fue en vano. A un mes de la búsqueda lo dieron por muerto y así siguió la vida normal en el pueblo. La madre no se resignó, así que luego de asesorarse bien, y ya contando con la ayuda de su esposo, contrataron a un especialista, el espeleólogo Simón Ugarte para que se adentrara en la cueva y lo buscara. Pero Mauricio nunca fue encontrado.

     Una antigua lámpara de kerosén iluminó la cara de Mauricio repentinamente. ¡¿Quién está ahí?! El niño se sobresaltó. La voz ronca y ajada volvió a preguntar y Mauricio se atrevió a responder con su nombre. Qué casualidad… ¿Y qué te trae por aquí? Nada, señor. Yo sólo estaba conociendo la cueva… estudiando… Nadie se interna en esta cueva a investigar… a menos que tú lo traigas. ¿Te vendrán a buscar? No sé, señor. Bueno, creo que sí. Mi mamá a lo mejor. Ya veo… Mauricio es también tu nombre, ¿no? Entonces es a ti a quien he esperado durante estos largos años… Llevo setenta y tres años aquí, muchachito, y sé que la cueva habla. Cuando el murmullo se defina, verás que tiene una hermosa voz femenina que seguramente te hablará a ti cuando yo me vaya. Por eso, ahora sé que es tu turno, Mauricio. ¿Mi turno? Tu guardia, Mauricio. Yo también me extravié como tú cuando era un niño y, al igual que tú conmigo, yo me topé con un viejo en esta oscuridad, y me dijo exactamente lo que yo te estoy diciendo ahora. Pero eso sí, antes te daré la oportunidad de ir a hacer lo que yo no pude: despedirte de tu familia. El viejo en ningún momento se dejó ver la cara.

     Es tu turno. El policía abre la celda y el indocumentado sale tranquilamente. Recorre con paciencia el pasillo y es llevado hasta la sala de interrogatorios. Pero no responde a ninguna de las preguntas más básicas. Sólo ve el movimiento que hace con sus propias manos sobre la mesa, acariciando la madera. Mira, pendejo, te estamos buscando en todos los archivos fotográficos y dactilares y vamos a saber quién eres tú. El hombre por fin habla: lo único que les voy a decir es que si no me dejan salir de una vez va a comenzar a llover interminablemente en Ocumare y el pueblo se inundará hoy mismo. ¡Vaya, finalmente has hablado y para decir tremendo disparate! Los policías, ante la peculiar respuesta, concluyen que el hombre está loco. Que con razón andaba “armado” con un puñal de madera y vistiendo ropa andrajosa. El director da la orden de que lo lleven a la celda y reporta el caso al psicólogo del comando estadal para que venga a examinarlo. Al meterlo de nuevo en la celda, el hombre pronuncia: está lloviendo ya. En efecto, está lloviendo, pero para los policías es toda una gran estupidez porque desde la ventanilla de la celda se puede ver la lluvia. Allí lo dejan todo el día y la noche, mientras él decide acostarse a dormir y esperar. Al mediodía del día siguiente, lo despiertan. Aún llueve. Le dicen que puede irse, que está bien, que le creen, que toda la parte baja de Ocumare está inundada y sólo el casco del pueblo permanece a salvo por ahora. Él les dice que inmediatamente salga cesará el aguacero. Ya en la puerta de la comisaría, el director no resiste la tentación de hacerle una pregunta basada en puras suposiciones, y para muchos (dado lo rápido que ruedan los chismes y leyendas), en supercherías. ¿Tú eres el hijo de la señora Soto, la que mataron anoche los dos tipos que atrapamos a una cuadra de donde te atrapamos a ti, verdad? ¿Tú desapareciste hace veinticinco años y te llamas Mauricio?

Ojalá me llamara así. Hace mucho que perdí mi nombre. Realmente ya no sé cómo me llamo.

El hombre se fue tranquilo. A la media hora ya todas las aguas se habían calmado.

EL ANIMA SOLA EL SILENCIO……

Por Manuel Vicente Monasterios G. 

     Este cuento se ubica en el triste año de 1814, Boves, Rosete, Antoñanza, Zuazola,  personajes que despiertan el monstruo del odio, la sangre corre y se destruye la primera República. Esta es una interpretación libre del origen de la leyenda del Ánima Sola.

     Amaneció lloviendo, toda la noche fue un solo aguacero, las quebradas están desbordadas, el zanjón del paso del cementerio está tan lleno que la furia de las aguas  rebosa el recién inaugurado Puente Castro. Es lunes y Doña Maria tiene que cumplir la promesa hecha mucho tiempo atrás, cuando los muertos se enterraban hacia la loma del viento, años en que la peste del vomito negro hacía estragos y muchas veces los “difuntos” se ponían de pie cuando sentían en la cara la primera pala de tierra y este hecho macabro cambiaba la toponimia: de “loma del viento” a “muerto parao”.Además del susto y la carrera de los enterradores.

     Es lunes y Doña Maria tiene que ir al cementerio para rezar los 20 rosarios que exigen las Benditas Ánimas, las que no han logrado llegar al cielo, porque sus pecados, aunque menores, resultan un grave impedimento, solo rezando el rosario, ordenado misas y prendiendo velas con esa intención salvadora, las ánimas podrán descansar en paz. Solo  oración tiene el poder para sacar las ánimas del  Purgatorio. No importan los obstáculos, bien sea que llueva, truene o tiemble la tierra, la promesa hay que cumplirla para evitar la condenación eterna !A las ánimas hay que cumplirle¡

    Doña María era hija de Don Bartolo Mora el mayor terrateniente de la Magdalena, 200 burros cargados que café, salían de los patios de la hacienda, con cada cosecha,100 toros cebados, el mayor productor del famoso queso de mano y la mantequilla del Tuy, condumios que alegraban las mesas de los más pudientes caraqueños. Además de las más dulces piñas y naranjas, eran aquellas tierras un emporio de riquezas, producto del trabajo y  el empeño de Don Bartolo y su familia.

    Tenían los Mora, como era costumbre, su casa familiar en el pueblo, la hacienda era el sitio de trabajo, de largas temporadas, la familia tenía en Cúa las pocas comodidades de la época. Don Bartolo ocupaba un inmenso caserón colonial en un sector del pueblo popularmente conocido como “El Silencio”, una de las pocas casas que quedaba en pie anterior al  terremoto de 1878, por ese sitio, solo estaba la vetusta casa de corredores y amplios patios sembrados de granados, naranjos, guanábanos y hermosas palmeras .En sus alrededores también los abuelos habían sembrado chaguaramos, cedros y acacias que daban una sensación de frescura y paz durante el día, pero en las noches muy pocos se aventuraban por el lugar. Cuentan que por camino que pasaba frente a la casa de los Mora habían noches en que se sentía un murmullo, como si una larga procesión rezara el Miserere, era un susurro de voces que helaba la sangre y que nadie se atrevía a ver. Don Bartolo no aceptaba la conseja y afirmaba que eran invenciones de gente supersticiosa y sin oficio. Si algún imprudente le pregunta si había oído a las animas le respondía con brusquedad: “Silencio, silencio es lo que yo oigo”: Por esa razón empezaron a llamar aquel sitio como El Silencio.

     Rosa  Mercedes, hija de esclavos, quien estuvo toda su vida al servicio de los Mora, la niñera de los hijos de Don Bartolo, contaba que todo aquello empezó en año 14 cuando el canario Francisco Rosete,  quien ejercía como pulpero  en Taguay, representando los intereses de Don Francisco Rodríguez del Toro, el marqués, el amo de medio llano. Además compadre de Don Juan Mora. Rosete se sumó a las tropas del “Taita  Boves” y en Ocumare del Tuy pasó a filo de machete a más de 300 inocentes, cuyo único delito era querer la Independencia. Las tropas de Rosete eran unas hordas de facinerosos, de asaltantes de camino, esclavos cimarrones a los que Boves había ofrecido los bienes, las mujeres y las hijas de los blancos criollos. Estas tropas estaban motivadas por las pasiones y los instintos más bajos del ser humano. El odio a los blancos, la ambición de riquezas, la lujuria y el placer de ver correr la sangre de los enemigos, eran las verdaderas razones de lucha.

     Entre las cientos de victimas que buscaron refugio en el templo de Ocumare, estaba Don Domingo Cáceres, padre Doña Luisa Cáceres, futura esposa del General Juan Bautista Arismendi. El realista Francisco Rosete entró al templo después forzar las puertas, sin respetar el recinto sagrado, a lomo de caballo, con lanzas y machetes empezó la matanza, las cabezas rodaban por el suelo y la sangre llenó las naves de la iglesia. Terror era la consigna, no dejar ni hijo, ni padre, ni familia de los enemigos de la corona.

   Ramón Cáceres, hijo de Don Domingo salvó la vida, porque estaba en Cúa, cuando se enteró de lo ocurrido a su padre, solicitó la ayuda de Don Juan Mora, para buscar los cadáveres y darle cristiana sepultura.

__Don Juan, quien iba a creer que el buenote de Francisco Rosete, tuviese tanto odio guardado entre pecho y espalda para  que en medio de esta guerra no respetara la amistad, si no al contrario a quienes más favores le debía, como a mi padre, mayor ensañamiento. 

___Mira Ramón, estos isleños siempre nos han odiado, se enamoran  de nuestras hijas y como no permitimos la relación, por igualados, terminan cargados de resentimientos que esta vorágine de la guerra sin principios permite descargar. Alimentan el resentimiento de los esclavos, se los llevan a la guerra y el saqueo y las violaciones se tornan en hechos normales. 

___Hay que estar preparado para lo peor, si pretenden venir estar dispuestos a morir peleando para defender nuestro honor y la dignidad de nuestras familias. 

__Por ahora, con la ayuda de nuestra gente trata de llegar a Ocumare, pues parece que José Félix lo hizo huir hacia Charallave. __Con las carretas  trae el cadáver de Don Domingo.

     Así fue que en aquella mañana de febrero de 1814, Ramón Cáceres partió para Ocumare del Tuy. El dolor y la muerte se habían apoderado de aquel pueblo, no había una familia que no tuviese un difunto que llorar, el padre Orta no se “daba abasto” para recoger cadáveres dentro de la iglesia. Ramón logró en medio de aquel pandemonium localizar el cuerpo de su padre, lo montó en el carretón y se regresó para Cúa, pero en el camino se fueron uniendo otros grupos que también se llevaban sus muertos porque decían que Rosete regresaba a Ocumare y que  no dejaría a nadie vivo.

     Tras una larga jornada lograron llegar al pueblo de Cúa. El cadáver de Don Domingo lo colocaron en el enorme corredor de la casa de los Mora. Los acompañantes y sus muertos quedaron en las afueras de la casa, para llorar y velar a sus difuntos por esa noche y las primeras horas del día siguiente enterrarlos en paz.

     Todavía no había salido el sol, de aquella fría mañana de febrero, cuando llegan dos jinetes a todo galope, informando que por el camino del Sitio viene un tropel de soldados, son parte de la turba de Francisco Rosete. La gente fiel de Don Juan Mora se preparan para la lucha. Con los primeros rayos del sol aparecen por el paso del río los primeros llaneros, desordenadamente van llegando al sitio del velorio colectivo, unos cien jinetes rodean la casa, la tensión es grande, Francisco Rosete se baja del caballo y sombrero en mano, pasa junto a la fila de cadáveres, entra por el amplio portón y saluda a su compadre Don Juan Mora.

___ ¿Cómo está el compadre Don Juan? 

___Francisco.__ Aquí entre sus muertos. 

___Viendo su obra, compadre. 

___ Son cosas de la guerra Don Juan.__No es uno el que quiere que las cosas pasen, pero uno es un hojita que el destino mueve a su capricho. 

___Pero Francisco, __ ¿es necesaria tanta muerte, tanto ensañamiento contra vidas inocentes? 

___Mire compadre, __ lo que ocurre es que se aprovecha la guerra pa cobra algunas cuentitas. 

___Si se puede saber__ ¿que cuenta tenía contigo Don Domingo Cáceres? ¿Qué mal te pudo hacer un hombre que tantos favores y ayudas te prestó. 

___Don Juan___lo peor que se le puede hacer a un hombre es el desprecio por su condición social, de nada les valió a los Cáceres, mi honradez, mi trabajo, mi fidelidad, nada les importó el sincero amor que yo tenía por la niña Luisa. Se burlaron en mi  propia cara, me humillaron llamándome __”isleño igualao”. 

__ Don Juan yo tragué grueso, baje el pescuezo como perro regañao, pero la guerra me trajo la oportunidad del desquite, para que estos mantuanos orgullosos se tragaran sus palabras mojaditas en sangre. 

___ Ahora__ ¿que quieres Francisco? ¿Matar nuevamente a tus victimas? ¿O vienes por nosotros? 

__ Los muertos ya están muertos compadre. A usted y a su familia les guardo respeto y consideración, por que de no ser usted todos ya serían difuntos. 

__ Solo vengo por uno.: Ramón Cáceres. 

__ Eso es imposible Francisco, está bajo mi protección

 __ Compadre no me ponga las cosas más difíciles.

     En ese momento Ramón Cáceres, camina hacia el cadáver de su padre, lo ve con una mirada triste, pero llena de orgullo, se voltea hacía Francisco Rosete y le dice:

___ Eso es lo que tu no entiendes y nunca podrás ser uno de nuestra clase, porque hasta para morir hay que tener dignidad.

     Caminó con paso marcial, el canario sorprendido le abre paso y  sigue detrás de él, Rosete ordena a un lugar teniente que le aprese y en ese mismo momento lo llevan al pie de un grueso cedro y ordena a un pelotón de fusilamiento la ejecución de Ramón Cáceres.

     La soldadesca y su jefe toman nuevamente el camino de Ocumare.

    Desde ese mismo momento todos los lunes, día del fusilamiento, se siente en las noches el rumor de unos rezos lejanos y los pasos de una blanca romería, se sienten voces dolientes a través de las ventanas del viejo caserón. Nadie se atreve a ver aquella procesión que siempre termina al pie del cedro, quienes la escuchan se tapan los oídos.

    Un día María la hija de Don Bartolo, noventa años después del fusilamiento, se atrevió una noche a ver el desfile de las animas, por un postigo de la ventana pudo observar los largos vestidos y mantos que no rozaban  con el suelo, oyendo aquellos rezos y quejas sollozantes, cuando pensaba regresar a su aposento, una sola de las extrañas figuras se acercó a la ventana y le dijo a María.__ Necesito tus rezos, necesito tus misas y muchas velas para poder descansar en paz, ayúdame, le regaló un par de velones, María asustada se los llevó al cuarto y los guardó en un armario.

     Al siguiente día le contó la historia a su prima que estaba de visita en Cúa y para demostrarle la verdad del cuento abrió la gaveta para mostrar las velas y cuando las sacó eran dos huesos fríos de muy vieja data.

     Desde ese día en adelante María Mora cumple con aquella ánima solitaria la promesa que le hizo de rezar 20 rosarios todos los lunes en el cementerio. Todavía hoy, a pesar de la luz eléctrica, de los autos, de los ruidos, en algunas noches solitarias se oye por El Silencio el murmullo de unos rezos lejanos y las quejas de sufrimiento de las ánimas en pena.

                                                           18 de mayo del 2006

                                                            Día de San Venancio.

LA ESCAPADA

Por: Edgar Rivero

     Tendría 12 años cuando mis padres partieron al Edo. Táchira de viaje, mi padre era ese tipo de persona muy estricta  y sobreprotectora y por lo tanto eran muy pocos los permisos que me otorgaba, solía yo ver a mi primo jugar en la calle y de regreso a la casa me relataba sus aventuras, un día me contó sobre cómo fue a pescar a la montaña (Guatopo) con los amigos de la cuadra, yo lo escuchaba con esa envidia pasmosa que suelen tener los jóvenes “sometidos”  y me invito para la próxima aventura, la pregunta era ¿Cómo iba a salir sin el permiso de mi padre?

     Aprovechando la ausencia de ambos, resolví  aventurarme con mi primo y nuestros  compañeros, ya que mis padres regresaban el Domingo por la noche, decidimos partir el Sábado hacia la quebrada “El Negro”, muy  temprano nos despertamos, preparamos todo para la pesca y partimos, confieso que tenía cierta congoja porque era la primera vez que salía de mi hogar sin permiso, nos fuimos a pie desde el centro de Santa Teresa del Tuy y surcando calles y avenidas nos detuvimos a comprar pan en la Av. Lamas,  luego cruzando el puente que va hacia Altagracia de Orituco nos desviamos a la derecha y un poco antes de llegar al parque “Quebrada de Agua” , ingresamos a la montaña por un caminito improvisado.

     Guatopo nos mostraba sus encantos y nos daba su bienvenida entre esa vegetación exuberante que siempre suele tener, se abría ante mí una belleza inimaginable y sentía una agradable libertad, por así decirlo, un poco después llegamos a la quebrada e íbamos caminando por sus orillas, el agua era cristalina y se podía ver entre sus corrientes los peces, las pobres sardinas que íbamos a pescar.

     Novato al fin, poco a poco me fui adaptando a la pesca y lo que pescábamos lo metíamos en una lata de leche “La Campiña”, de vez en cuando veíamos a algún campesino que salía de los muchos parajes que tiene el parque nacional  y cada vez nos adentrábamos más arriba donde la quebrada era más virgen, nos metíamos en los pozos, movíamos las piedras, divisamos bagres de rio, cangrejos, tortugas y toda clase de aves.

     Ya de tarde nos disponíamos a volver al pueblo bajando nuevamente por la quebrada por donde habíamos llegado, despidiéndonos de sus aguas, y con el premio de la aventura entre los brazos: la lata de leche con las sardinas.

     El cielo se tornó obscuro y las gotas no se hicieron esperar, empezaron a caer duramente contra la tierra y contra nuestra humanidad, llovía torrencialmente y el caudal de la quebrada empezó a elevarse y sus aguas antes claras tomaron un color marrón y de repente para asombro de nosotros entre la turbia agua salió un pez grande con muchos matices de colores, muy bello, nos miramos las caras de sorpresa  y se escucho de alguien decir: ¡es el encanto de la quebrada! Y sin más que decir, arrancamos a correr vertiente abajo, la montaña  parecía querer tragarnos entre su espesura y entre la carrera, la lata llena de sardinas se nos cayó en algún pozo y nuestras victimas escaparon felices entre la corriente.

     Al fin, la salida, la carretera, el pueblo, el cansancio, sin las sardinas pero con la alegría de vivir una aventura inédita,

¿y el encantado?

¡Sabrá Dios compañero!

EL ENCANTO DE MAURICIO EN LA CUEVA DEL PEÑÓN Ocumare del Tuy.

Por: Mongo Santacoloma.

Introducción:

    Para ingresar al mundo de los encantos, debemos vencer el universo racionalista o el prejuicio materialista que responde a la idea que solo existe el mundo que se ve, el que podemos percibir por los sentidos. Sin embargo  en todas las culturas y civilizaciones el mito y la leyenda han sido sustento importante en la explicación de los fenómenos herméticos y el hombre siempre ha creído en la existencia de un mundo paralelo donde seres de diversa naturaleza han convivido con lo humano y han influido en sus acciones. Sin embargo el racionalismo ha buscado de borrar de la memoria colectiva la dimensión cósmica, ese mundo paralelo al humano donde se mueven los ángeles, los duendes, los gnomos, las hadas, los demonios y los encantos.

       No es cuestión de afirmar o negar la existencia de estos seres, es aceptar que estas leyendas llenan las lagunas de la historia, que sería de Grecia y de Roma sin su mitología, de la Europa medieval sin la noche de San Juan, el solsticio de verano con la magia del fuego purificador, el cual se nos presenta en Venezuela mestizo, de la mano del negro, bailando al compás del “culo e puya” del tambor redondo.  María Lionsa  el mito de los montes de Sorte en el Estado Yaracuy, el Anima del Pica-Pica en las cercanías de Santa María de Ipire en el Estado Guárico, el folclor venezolano  está lleno de leyendas hermosas.

      Hemos querido recrear la leyenda  del Encanto del Peñón, en Ocumare del Tuy, Mauricio el muchacho encantado por la Ninfa Potámides protectora de las aguas de los ríos, de los bosques, de la naturaleza. Hoy más que nunca la irracionalidad se ha encargado de destruir nuestras florestas. El Río Tuy agoniza y la indiferencia de la gente complica su futuro y compromete al planeta.  El  espíritu protector de la madre naturaleza simbolizado en la leyenda de Mauricio tiene mucho trabajo en estos valles, donde la deforestación, el crimen ecológico y la impunidad se dan la mano. Se recrea esta leyenda como una contribución a que los tuyeros  nos reconciliemos con el medio ambiente  tan golpeado en los últimos años.

MAURICIO EL ENCANTO DEL PEÑÓN

      Dionisio Cisneros, llegó cansado  de sus andanzas de “bandido justiciero”, defensor de un rey que jamás vio, ni siquiera en pintura, estaba reventado de andar de “seca a la meca” perseguido por las fuerzas militares de la República de Colombia. Empezaba el año de 1827, se decía que El Libertador Presidente vendría al Departamento de Venezuela a meter en cintura al  “Centauro de Carabobo” a quien los godos le calentaban la oreja para que desconociera la autoridad ejercida desde Bogotá.

     Dionisio además de gustarle las Morocotas robadas y de tener la costumbre de enterrarlas en diversos parajes del Tuy, también se inclinaba ante la  belleza femenina, tenía más de 40 hijos, una india, descendiente de los bravos Quiriquires, asentados en las últimas estribaciones de los montes de Guatopo le tenía obsesionado, era un enamoramiento jamás visto en un hombre acostumbrado a acostarse con las hembras sin quitarse los pantalones para poder huir rápido si la necesidad le obligaba. Dionisio Cisneros “se arranchaba” con la hermosa María y su séquito de malandrines se burlaban a “soto voce” de la actitud de su jefe, mientras esperaban el momento oportuno para asaltar el estanco del tabaco en los valles de Orituco.

      La india María quedó embarazada y a los nueve meses, el 22 de septiembre, día de San Mauricio Mártir, nació un niño, la partera dijo que ese muchacho tenía el signo de los elegidos, había nacido “enmantillado”  y además la noche de su nacimiento llovió en  demasía, los ríos y quebradas se desbordaban, los animales de la montaña rodearon el rancho como esperando un acontecimiento muy especial, apenas se escuchó el llanto del niño se oyeron en los montes ruidos que venían desde las profundidades de la tierra, los árboles crepitaban, el viento silbaba, era la sinfonía de la naturaleza que rendía homenaje al nacimiento de aquel niño, el hijo del último realista y de una descendiente de los aborígenes primigenios de los Valles del Tuy: Los Quiriquires.

      Mauricio crecía bajo los cuidados de su madre, su padre muy poco veía por él, desde muy chico le ocurrían  hechos prodigiosos que sorprendían a todos. Un día su madre le dejo solo en el rancho mientras buscaba leña y  al regresar  lo encontró jugando con un enorme cunaguaro, como si el animal fuese un gato, el tigre al ver la madre de Mauricio abandono el rancho y con frecuencia se le veía como un perro guardián cuidando los primeros pasos del niño, Ya más grandecito se internaba en los montes, donde los adultos temían pasar, por el tigre, las culebras y la peligrosa fauna de aquella montaña, pero a Mauricio nada le ocurría, por el contrario estaba protegido, animales feroces le escoltaban.

      Su madre preocupada le decía que no se alejara de la casa y él le contestaba que tenía que verse con una hermosa señora que vivía en el pozo del guácimo, su madre decía que eran fantasías de muchacho y que en ese pozo no podía vivir nadie, sin embargo en la medida que el muchacho crecía más era el tiempo que pasaba en el pozo.

    Sorprendía a quienes le conocían por los conocimientos que demostraba en su conversación, los labriegos le preguntaban si se podía sembrar en esos días y él con humildad les indicada si las lluvias serían abundantes o escasas, si era momento de siembra o no, a todos los que le consultaban les decía que había que cuidar el monte porque podría llegar un momento en que el agua  dejaría de salir de los manantiales y que los animales se debían respetar y no matarlos por el gusto.

      En más de una ocasión se enfrentó a cazadores, no con la violencia, sino  que se trasmutaba en animal y los llevaba monte adentro, los perdía en la espesura de los bosques y era tanto el susto que le hacía pasar que los furtivos cazadores  jamás volvían a aquellos lejanos montes y llevaban al pueblo los cuentos que destacaban a un muchacho llamado Mauricio protector de animales, árboles, manantiales y ríos. Tenía el poder de mimetizarse en un tronco de árbol, se hacía invisible  cuando quería asustar a los intrusos o ante los peligros que le asechaban. Decía la gente que habitaba en los montes, en las aguas, que podía imitar el canto de los pájaros, el rugido de los tigres y las onzas.

      Un día Mauricio desapareció de su casa, la madre le buscó por todos los lugares que frecuentaba, pasaron los días y no daba señales de vida, a las dos semanas apareció nuevamente en su rancho y la madre le interrogó:

– Dónde estabas Mauricio, qué te pasó

– Nada mamá estaba con la señora del pozo del guácimo.

– Me llevó a recorrer las hermosas galerías que comunican estas montañas con las tierras de la Magdalena, cosas jamás vistas por ojos humanos, allí moran los espíritus protectores de los montes, de las aguas y de la vida. Me indicaron mi misión en estas tierras, que no es otra sino la de ser su intermediario ante los hombres, la de buscar sal y miel como ofrendas permanentes a quienes sean los escogidos. Por los siglos de siglos estaré aquí para defender de los intrusos destructores los montes sagrados. Los bosques, las aguas, los manantiales no son de nadie, son un préstamo que los hijos de nuestros hijos nos han hecho y debemos devolvérselos cuidados y mejorados. Si los hombres no entienden esto por las buenas lo comprenderán por las malas cuando las lenguas corroídas por la sed, clamen por un vaso de agua fresca y limpia y el líquido sagrado de la vida sea motivo de guerras y muertes.

     La madre oye pacientemente a Mauricio, no entiende nada de lo que dice, llega a pensar que de tanto andar por aquellos montes y quebradas ha perdido el juicio.

     Mauricio saca del bolsillo una reluciente moneda de plata y se la entrega a su madre como prueba de su viaje a las profundidades acompañando a esa hermosa mujer que le mostró su destino y le dice a su madre:

– Debo ir al pueblo a conocer y a comprar la sal pues la miel de arica la hay aquí en abundancia-

     Fue así como Mauricio bajó de las montañas de Guatopo en los límites con los llanos de Orituco donde siempre había vivido, al pueblo de Ocumare del Tuy, llegó  donde funcionaba una alcabala que controlaba el paso de transeúntes, mercancías y ganado por el camino al llano a Taguay y Camatagua. Al solicitarle el cabo de la guardia de alcabala el salvoconducto necesario para transitar por los caminos en aquellos lejanos años, no tenía nada que mostrar, ni papel alguno que le acreditara como peón, agricultor, ganadero o arriero.

     El cabo de guardia no entiende lo que pretende explicar Mauricio y lo remite amarrado hasta la jefatura del pueblo, allí el jefe, un coronel de apellido González lo interroga y tampoco se entienden y Mauricio no podía explicar quién era, de donde venía y que buscaba en Ocumare. El coronel pensó que era algún guerrillero haciéndose pasar por loco y toma la determinación de enviarlo a Caracas. Mauricio viendo que la cosa se estaba poniendo muy mal para él, opta por amenazar con un diluvio si no lo ponían en libertad. El jefe militar se ríe de la ocurrencia de Mauricio y le dice:

-Mira muchacho que estamos en pleno verano, las chicharras están en su tiempo, hace meses que no llueve y señales de lluvia no hay en el horizonte. Tu chico jaquetón dices que tienes el poder de hacer llover a tu voluntad para asustarnos y obligarnos a darte la libertad, te voy a tomar la palabra, si mañana no amanece lloviendo te vas a acordar del día que naciste porque lo que va a llover va ser plan de machete que te voy a dar antes de mandarte con la comisión para Caracas.

     En plena semana santa a las doce de la noche para amanecer el jueves santo empezó a tronar, el cielo iluminado con rayos, las centellas se sentían caer por los lados de la Guamita, empezó a llover a la 1.00 a.m., toda la madrugada y la mañana sin amainar, los ríos estaban desbordados, sin embargo solo llovía en Ocumare, ni en Cúa, ni en Charallave caía una gota de agua, era realmente aquello un chaparrón, los actos del lavatorio de los pies en la iglesia parroquial se suspendieron, aunque el templo estaba lleno de feligreses que le pedían a Dios  su misericordia y que dejase de llover, pues el pueblo estaba a punto de desaparecer, el templo  era uno de los pocos lugares donde el agua no había hecho desastres.

      La jefatura parecía una laguna. Entre los habitantes asustados del pueblo de Ocumare  empezó a correr el rumor que había en  la jefatura  un joven que habían detenido en la Alcabala por no tener salvoconducto, otros dicen que es Mauricio el protector de la montaña y que amenazó al Coronel González con un “palo de agua” jamás visto en estas tierras que desbordaría  ríos y quebradas, si no lo soltaban de inmediato.

     En el templo se reúnen el cura y algunos notables de la comunidad  y nombran una comisión, se dirigieron por los barriales de las calles, con el agua que le llegaba a la cintura a conocer y solicitar la libertad de aquel extraño personaje llamado Mauricio, el cual era  capaz de dominar las fuerzas de la naturaleza, llegaron emparamados y muertos de frío a la jefatura. Ya el Coronel González  había liberado a Mauricio, no sin antes decirle que se fuera y  no volviera jamás pues si lo hacía él mismo le mataría con la ayuda de gente preparada con varios crucifijos y la oración de la magnífica.

   De pronto deja de llover, todo el pueblo quedó alucinado al ver no solo que el “palo de agua” había cesado completamente, sino que en el cielo brillaba un sol veranero como si jamás hubiese caído una gota de agua, la gente de Ocumare maravillados ante este prodigio empezaron a comentar el hecho y a buscar a Mauricio para conocerle, el cura dijo que esas eran cosas del demonio y que el pueblo tenía que hacer mucha oración y penitencia para alejar el espíritu del mal que había llegado a Ocumare para alejar a los creyentes del bien, había que regar las casas y las calles con agua bendita, especialmente la casa de la jefatura donde se debía rezar muchas oraciones y purificar con incienso quemado por siete días.

     El nombre de Mauricio  y los hechos inexplicables ocurridos aquel jueves santo en Ocumare del Tuy se regaron por todos los Valles, los arrieros llevaron la noticia hasta Caracas, los llaneros que traían las puntas de ganado al Tuy lo contaban en su tierra y la gente se admiraba de hechos tan asombrosos. Muchos decían con cierto orgullo que en un lance de cacería lo habían conocido, otros decían que era hijo del bandido Dionisio Cisneros,  lo ocurrido se regó como pólvora. Otros comentaban que Mauricio era enemigo acérrimo de quienes cazaban por diversión y no por necesidad, que volvía locos a quienes quemaban los montes y además a quienes usaban el hacha y el machete para cortar los árboles para hacer conucos los perdía en la montaña y pocos podían regresar.

     Mauricio volvió a sus bosques, no le gustó el mal trato y los prejuicios que tenían contra él, entendió que aquella gente que se decía civilizada no comprendía que el futuro de esa civilización estaba en lograr la armonía entre lo creado por Dios y lo inventado por el hombre. Miró con lastima el futuro de aquella gente y se dedicó por siempre al cumplimiento de su misión, a castigar a los enemigos de los animales del monte, de las plantas y los manantiales.

    Mauricio es el espíritu guardián de la naturaleza, hoy conciencia viva del ecologismo. Todavía hay quienes se internan por aquellos montes del Peñón se lo han encontrado con su vestido de liquilique de aquellos años, su morral, su sombrero y alpargatas, o también para aquellos que llevan malas intenciones trasmutado en tempestad, árbol o animal. . Su leyenda nació de un extraordinario aguacero un jueves santo, todos supieron de sus poderes y todos le respetan desde entonces.

     LA CUEVA DEL PEÑÓN SANTUARIO DE LA LEYENDA ESPERA POR LA CONSTRUCCIÓN DE UN PARQUE TEMÁTICO Y ECOLOGICO COMO ATRACTIVO TURÍSTICO, DONDE SEA RECREADA LA LEYENDA Y LAS NUEVAS GENERACIONES SE VINCULEN ACTIVAMENTE A LA CONSERVACIÓN DE LA NATURALEZA.

ESCRITO EL JUEVES SANTO 1º DE ABRIL DEL 2010